sábado, 5 de mayo de 2012

¿Y vuelta la burra al trigo?

¿Estamos seguros que lo que Europa necesita es lograr crecimiento urgente para salir de esta no-crisis-sino-transformación-subrepticia-del-estado-social-de-derecho? Lo dudo.

El clamor contra las políticas de austeridad impuestas por diktats puritano-protestantes es ensordecedor. Sabemos que esas políticas de austeridad que ahogan nuestro querido paisito buscan, ante todo,  la devolución de la gigantesca deuda que los bancos y cajas españoles contrajeron en el mercado mayorista europeo (en buena parte alemanes y del que se obtienen pingües beneficios) para la financiación del boom inmobiliario que nos ha traído hasta la situación actual. 

Y la respuesta de la socialdemocracia del sur de Europa al clamor contra estas políticas que nos ahogan es, básicamente, crecimiento. Decimos creer que estamos ante una nueva crisis cíclica del capitalismo  al que una alegría keynesiana que dinamice la demanda agregada vendrá de perlas. De ahí que aboguemos por las políticas de estímulo a la economía para volver a crecer, puesto que con crecimiento, -decimos- se generan empleos y con más empleo se genera –creemos- más actividad, más ingresos públicos y quizá, en el futuro, repartamos –¿creemos aún en los cuentos de hadas?- parte de los ingresos por eso de la equidad social… Y así, pretendemos aliviar la carga de la austeridad. No es muy convincente.

Compañeras y compañeros, a lo que  hoy  nos enfrentamos es harina de otro costal. Despertemos. No estamos ante una crisis cíclica, sino ante un cambio de modelo, un abandono de las políticas del bienestar, un putsch versión soft de un insensato ultraliberalismo económico no humanista, una transformación del  estado social de derecho de facto,… Todo aderezado con mucho gabinete de prensa, desinformación a raudales, y sazonado con premeditación,  nocturnidad, alevosía y mucha mala leche.

Porque tiene mucha mala leche que sea la ciudadanía monda y lironda la que haya de pagar el pato. Hagamos memoria si no. Antes del estallido de la dichosa burbuja, la situación macroeconómica española era brillante, con una deuda y un déficit controladísimos. Si bien, una deuda privada de Órdago a la grande, esa misma con la que  espoleamos un crecimiento especulativo y devorador de recursos preciosos; por desgracia, durante varias legislaturas.

Y en eso, llega el estallido de la burbuja, tanto por la insostenibilidad de la situación como por la puntilla a la confianza de los prestamistas con el bochornoso Lehman Brothers. Y el Estado, con un gobierno socialista, decide obligarse a rescatar preventivamente el sistema financiero para dar confianza a los mercados o prestamistas que nos inundaron de liquidez y a los que debíamos devolver el parné. Es decir, tornan bastos y socializamos pérdidas generadas por la iniciativa privada, por miedo a las consecuencias sociales de la inacción al respecto. Diantre, ¿por qué no se aplicará el mercado su matraca liberalizadora en épocas de estrecheces, esa que habla de la  mano invisible, el homo economicus, racionalizador y maximizador del beneficio de la unidad marginal etc?  La alternativa a no intervenir era el caos, nos decían.  (Eh,  ¿Islandia? No seamos demagogos, no es lo mismo, no compares España e Islandia… ¿y por qué no?)

Y claro, nuestro otrora envidiable equilibrio macro financiero público  se rompió. La locura especulativa pinchó, vimos el litoral arrasado y decidimos insuflar dinero público a espuertas en los balances de los bancos privados.

Pronto, la cosa tornóse negruzca; del milagro de nuevo rico español, del modelo a emular, a la peste de la que huir. El sistema bancario español (recuerdan que nos decían lo teníamos de bandera) cojea ostensiblemente. Los santos mercados de prestamistas temen que no vayan a recuperar las ingentes cantidades prestadas al sistema bancario patrio y presumen que la mora y la quiebra  son  mera cuestión de tiempo.

Consecuencia: pánico generalizado, toque de arrebato, movilización general… Zapatero, bajo presiones que él decidió hacer inconfesables (¡cómo me hubiera gustado que, en el parlamento, hubiera salido a la palestra diciendo quién y en qué términos le  llamó al orden!…), saca la tijera y aprieta a quién nada tenía que ver con la fiesta. O ¿sí? (Lo bueno de esta no-crisis-sino-cambio-de-modelo es que a los españolit@s de a pié nos inmuniza, por un rato al menos,  contra el becerro de oro, el duro a cuatro pesetas y mensajes como “Cofidis es tu amigo” de un soberbio mandoble. Pero ese es otro debate.)

Vamos, que nos urgían, a través de nuestro defenestrado presidente socialista,  a la acción colectiva pública en forma de austeridad para el pueblo y barra libre al sistema financiero. Era menester —nos decíamos— recuperar la confianza de los mercados que habían de seguir financiando las deudas a corto del tesoro público —objetivamente el endeudamiento público no era ni es el problema en términos comparativos— y sobre todo, sanear un sistema financiero privado débil por unos balances implícitamente trampeados por la devaluación muy significativa de activos inmobiliarios, y que nadie se atreve a reflejar convenientemente en su contabilidad.

Y para salir de la espiral infernal, de la tormenta perfecta, del ruido de sables de los prestamistas internacionales, la socialdemocracia apela al crecimiento, como la derecha política, social y económica. Dinamicémonos, saneémonos, liberalicémonos, seamos más competitivos… para crecer. Porque una vez que crezcamos,… las aguas volverán a su cauce. A mí me suena a discurso manido, sin punch, gastado, ruido mediático del bla, bla, bla que poca esperanza ofrece en casa del humilde... Y sabemos que no es real.

Con la que está cayendo, ante el escenario de clara  regresión en política social, económica, o de simple y llana involución en las relaciones laborales, vamos dados si solo ofrecemos crecer de nuevo para repartir después, pagar deudas… Con todos los respetos, eso lo hace la Derecha mucho mejor que nosotros. Y seguimos enquistados en los discursos y el campo de juego que ésta ha marcado a fuego en la agenda política y mediática. Y erre que erre — vuelta la burra al trigo— con el crecimiento.

No dudo que el crecimiento económico haya ayudado al logro de los objetivos sociales del discurso progresista en otras etapas históricas. Sin embargo,  en esta época del turbocapitalismo global sin complejos, nuestro análisis y praxis han de variar, por que nos están cambiando las normas unilateralmente.

Por un lado, lo que antes era un  medio (la economía, la producción, las finanzas…) se convierte en fin en si mismo y el fin (La Ciudadanía) en un medio prescindible del engranaje capitalista.

Por otro lado, asistimos impertérritos a que se desnaturalice el fin legítimo de la acción pública democrática y socialista, a saber, el crear día a día un país libre, igualitario y fraterno, donde se priorice la satisfacción de las necesidades ciudadanas que liberen al ciudadano de ataduras y miedos.  Y procurar así  las condiciones objetivas que permitan su emancipación, desarrollo personal, intelectual, afectivo y emocional.

Y ante esta tesitura, ¿es el crecimiento la respuesta que vamos a dar a la sociedad? ¿Y si el crecimiento fuera la zanahoria que se nos pone a los burros para seguir empujando el engranaje oxidado? ¿Y si nos  bajamos de la burra de la derecha económica?  ¿Nos vamos a atrever a cuestionar el para qué  y el para quién del Crecimiento algún día? ¿Y sus consecuencias? ¿Y su sostenibilidad ecosistémica y social? Recordemos, somos Izquierda.

Porque, compañeros, hay evidencias que chirrían en nuestro discurso pro crecimiento:

  • Por un lado, el mundo es finito y no podemos crecer y consumir ad infinitum, menos a sabiendas de que somos ya 7000 millones de habitantes y subiendo,…  Pretender que podemos seguir creciendo como hasta ahora es utópico e irreal  (lo sabemos todos y todos miramos hacia otro lado, como cuando nuestra burbuja inmobiliaria) y algún día, pronto, la Izquierda habrá de meterse en esta harina.

  • Por otro lado, de cara al progreso social por el que decimos justificar el crecimiento, el planteamiento chirría. A saber, los condicionantes que se nos imponen – y esto acaba de empezar- para poder seguir creciendo. Éstos, no ayudan a emancipar al ciudadano y por tanto las entiendo difícilmente compatibles con el discurso socialista progresista.

·         Hablo de reformas laborales que disminuyen derechos conquistados y amparados en las Cartas Magnas que el sistema turbocapitalista global se ha de pasar por el Arco del Triunfo.

·         Hablo de recortes sociales que privatizan las herramientas para escapar de la exclusión social. Bravo, permitamos socializar pérdidas de la iniciativa privada y privaticemos la responsabilidad pública en la distribución equitativa de bienes básicos para la emancipación como salud, educación o pensiones.

·         Hablo de un  endeudamiento sistémico que el crecimiento hoy requiere. Por que, en un escenario de contrición macroeconómica global, con una sobrecapacidad productiva global, con incrementos de productividad progresivos alucinantes a escala global y salarios a la baja,… ¡Que nos expliquen cómo dar salida a la abundancia los productos y servicios, —para volver a crecer y vuelta a crecer— si no nos endeudamos tanto países como ciudadanos! Y es que, si no nos endeudamos,  la burra del crecimiento, se gripa… Hasta en Alemania o China, que requieren del endeudamiento ajeno para crecer y dar salida a la sobreproducción. Tienen bemoles los diktats de la Merkel hoy.

Luego, si aceptamos este análisis,  resistámonos a que la socialdemocracia europea y su representante histórico en España se limiten a dar como respuesta  políticas de dinamización del crecimiento para recuperar el empleo. No fastidies. Estamos ante un cambio de modelo, un coup d’etat cool á la Sazkozy, mediáticamente impecable que requiere contundencia.

Por desgracia, asumo que es más fácil trazar un diagnóstico que establecer un buen remedio. ¿Decrecimiento gradual?¿Nueva división internacional y local del trabajo más igualitaria? ¿Derivar los incrementos de productividad para trabajar menos y  generar más ocio no lucrativo? Ni idea. Hemos de crear, por que el escenario que se nos avecina es nuevo. Las reglas de juego nos las han cambiado. Aquí está el reto socialista para los años venideros, dar forma a una alternativa económica a la locura suicida capitalista en clave de emancipación. Y si no, seremos redundantes.

Sí, redundantes. Salvo que reaccionamos  recuperando la acción pública socialista transformadora, emancipadora, ahora ecológicamente sensible, internacionalista y globalista. Si no nos movemos,  no nos asustemos cuando nuestras bases busquen respuestas en la derecha (ya se sabe aquello tan manido de que entre la copia y el original…) o en espectros más pardos: buena parte de los votantes lepenistas son ciudadanos bien humildes con miedo a la incertidumbre, mucho miedo… y eso no se arregla “flexibilizándonos y privatizándonos hasta la extenuación final para competir en la neurótica jungla del sálvese quien pueda”… 

Éste no es nuestro modelo. Nos toca construir un modelo humanista de emancipación ciudadana, universalizable, socialmente justo, ecológicamente autolimitante y sobre todo, optimista, proveedor de esperanza e ilusión, creador, expansivo, seductor… No olvidemos que somos hijos de la deliciosa y trina Liberté, Égalité, Fraternité, hijos de las Luces, aborrecemos las Caenas y buscamos con pasión el Progreso de tod@s para tod@s. Salud a raudales.



Escrito por Rosa de Luxemburgo: rosaluxemburgo.1871.1976@gmail.com


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