martes, 16 de julio de 2013

Democracia

Óscar Rodríguez Vaz. Vitoria-Gasteiz. @rvoscar

En lugar de emplear mis palabras, doy paso a Josep Ramoneda. En la introducción del libro, entre otras muchas cosas, como que ser demócrata es una actitud, un espíritu de disidencia, dice lo siguiente : ¿Los regímenes políticos en que vivimos son realmente democráticos? ¿Tiene futuro la democracia o la evolución hacia el autoritarismo posdemocrático es imparable?
«Hoy más que nunca –escribe Paolo Flores d’Arcais–
“democracia” corre el riesgo de no significar nada.» La
palabra se ha banalizado enormemente: se derrumba un
régimen político, ya sea por colapso (los países de tipo
soviético), por revolución (Egipto, pongamos por caso) o
por guerra (Irak, sin ir más lejos), se montan unas elecciones,
sin que se den las condiciones mínimas exigibles para
unas votaciones realmente libres, y se proclama que un
nuevo país ha sido ganado para la democracia. Y así se va
construyendo la fantasía de que nunca hubo tantas democracias
en el mundo.


Pues eso, que hay que hacerse con "Democracia" de Flores d´Arcais.

martes, 9 de julio de 2013

Recuperar la confianza perdida

José Miguel Abarrategui, miembro del Comité Nacional de Euskadi PSE-PSOE.
Es duro y a veces desmoralizador para los militantes y simpatizantes, si es que nos quedan, asistir día a día, mes a mes, a la continuada publicación de datos negativos sobre la valoración de nuestras políticas, de nuestros líderes.
La sensación es que nos movemos como pollos descabezados, sin rumbo y sin orden, a  impulsos desordenados en función de actuaciones, sucesos, noticias que si bien son mediáticamente relevantes, no necesariamente todas llevan aparejadas la necesidad de un posicionamiento inmediato.
Este aluvión de temas nos ha derivado a la celebración de una magna conferencia, prevista para el mes de noviembre, donde se proponen en amplios tomos, cual enciclopedia Espasa, la solución y el posicionamiento del PSOE ante todos y cada uno de los retos de la socialdemocracia española, europea y mundial. Encomiable tarea si no fuese porque los problemas que nos acucian en estos momentos son mucho más cercanos, urgentes e identificados. No es el tiempo de filosofar si son galgos o podencos, si monarquía o república, si federalismo o no, si rompemos el Concordato, modificamos la Constitución...Los perros están encima y terminarán devorándonos.
Los problemas a los que hay que dar prioridad están perfectamente identificados. Véanse las diferentes encuestas de opinión, incluido el CIS, así como las reivindicaciones y movilizaciones populares masivas y constantes que a diario se producen.
Se nos demandan, entre otras, soluciones o posicionamientos, y liderazgos inequívocos, públicos, beligerantes, cohesionados, constantes y concretos sobre el paro (jóvenes, mayores 50 años), la educación (modelo, becas), la sanidad (privatización, medicinas), las pensiones (defensa, estabilidad), los desahucios y la gestión bancaria (derecho a la vivienda, intereses de demora, ayudas bancarias, pymes, responsabilidades), la defensa de las libertades (aborto), la corrupción en todos sus ámbitos, la mejora y ampliación de la participación ciudadana (partidos, instituciones, elaboración leyes) y Europa como fuente de problemas y soluciones.
Tampoco debemos olvidar que para defender y hacer creíbles estas propuestas es muy urgente la aparición y la promoción de nuevos liderazgos, es tan importante si no más, quién lo dice que lo que dice. La convocatoria más inmediata es la de las Elecciones Europeas, inmejorable oportunidad para que el PSOE establezca primarias abiertas para nuestros representantes en la candidatura y comprobar así  el alcance, el respaldo y la movilización conseguida, demostrando con hechos incuestionables la auténtica voluntad de regeneración democrática.
Estos problemas identificados no requieren un prolijo desarrollo, ni una gran convocatoria de grandes pensadores; solo una voluntad de solución y unos planteamientos sencillos y cercanos a los problemas concretos que sufren día a día los ciudadanos.
Efectuando así esas propuestas y estableciendo una defensa numantina de las mismas en todos los ámbitos, privados, públicos y judiciales hasta sus últimas instancias y  consecuencias, estaremos realmente en el camino de recuperar la confianza perdida. De otro modo estaremos como aquél que  yendo en su coche oye en la radio el aviso de que hay un conductor que va por la autopista en dirección contraria y alarmado grita:  ¡Cómo que uno, a cientos!
 Artículo publicado en Zoom News. 6 julio 2013

miércoles, 3 de julio de 2013

¿Que no hay alternativas?

Óscar Rodríguez Vaz. Vitoria-Gasteiz. @rvoscar



Para salir del atolladero en el que nos ha metido la política de austeridad, más austeridad, junto a más recortes y más impuestos (a los trabajadores y clases medias, ya en peligro de extinción). Esto es lo que nos “recomendó” Bruselas, después de que el Fondo Monetario Internacional dibujara unas perspectivas aún peores de las previstas para economía española en los próximos años. El Gobierno de España se puso inmediatamente manos a la obra. Y ahora, apenas un mes después de aquellas recomendaciones, y con la reforma de las pensiones ya en el horno, el FMI vuelve a la carga, pidiéndonos bajadas salariales y ahondar en la reforma laboral.

Es indignante ver cómo se aplica “urbi et orbi” una política que está resultando nefasta para las PYMES, que no dejan de echar la persiana con pedidos sobre la mesa que la falta de créditos invalida, y para las familias, que ven cómo van reduciéndose el número de sus miembros que aguantan en el mercado laboral. Una política que está resultando nefasta para la mayoría de la gente, especialmente para la más necesitada, agrandando la brecha entre ricos y pobres e incrementando el número de estos últimos. Como muestra, un botón: el último informe de Cáritas indica que en torno al 21% de la población en España vive con en lo que llaman pobreza “relativa”, con 7.300€ al año; y que más del 6% vive en pobreza “severa”, cobrando 3.650 € al año.

Pero es aún más indignante tener que escuchar que la política que se está aplicando es la única posible, que no hay alternativas, cuando la Historia y los datos demuestran que no es cierto.

En cuanto a la Historia, todos los días, economistas de reconocida y premiada reputación, a la luz de lo ocurrido en el mundo en los años 30 y de todos los estudios posteriores, nos vienen presentando las claves del tipo de políticas que deberíamos seguir para salir de esta crisis, que no coinciden con las que recomienda la Troika.

En cuanto a los datos, todos ellos indican que a más austeridad, más paro y más pobreza. La austeridad retrasa la recuperación, como se vio obligado a reconocer en enero el propio FMI, puesto que  por cada punto de ajuste fiscal, se reduce el PIB entre 0,9 y 1,7 puntos. En España esto se se está viendo clarísimamente, porque la recesión se ha agudizado en aquellas regiones que más redujeron el déficit.

Parece evidente que así no saldremos de la crisis. Indudablemente, hace falta un plan de choque a corto plazo. En ese sentido, hay que saludar el reciente acuerdo entre los grandes partidos para defender una posición común en Bruselas en las próximas semanas. Y también parecen lógicos los planteamientos de quienes defienden que no haya recortes en Educación o Sanidad, una reforma fiscal y una eficaz lucha contra el fraude, o una revisión “a la baja” de las estructuras institucionales.  

¿Pero bastará con esas medidas de choque pensando en el medio y largo plazo? Yo creo que no. Y son cada vez más quienes defienden que no, que el actual modelo está agotado y que hace falta un cambio estructural, un cambio de modelo. En este sentido, es muy interesante la tesis que plantea Christian Felber, que está estos días por Euskadi, en su “Economía del bien común”.

Afirma el autor austríaco, que debemos cambiar los ejes sobre los que se mueve la economía: hoy se mueve en el eje competencia-beneficio, y como alternativa se plantea que habría de moverse en el eje cooperación-bien común. La razón es sencillamente demoledora: cuando hay competencia, unos ganan y otros pierden, mientras que cuando hay cooperación, todos ganan; cuando se busca el beneficio, inevitablemente alguien tiene un perjuicio, algo que no ocurre si se busca el “bien común” (cuya búsqueda se instaura literalmente la mayoría de las constituciones de los países “avanzados”).

La tesis fundamental, es que sin necesidad de que se operen cambios a nivel global o regional, podemos empezar a cambiar el mundo por nuestros pueblos, ciudades o territorios, convirtiéndolos en lugares del “bien común”. Y lo podemos empezar a hacer, por ejemplo, aplicando medidas de transparencia radical en la empresa y en los etiquetados de sus productos, de forma que quien consume sepa el máximo de detalles sobre los mismos. Por ejemplo, otorgando mayores ventajas fiscales a aquellas empresas que menor huella ecológica dejen o castigando a aquellas que empleen mano de obra infantil en su producción, y así conseguir algún día que los productos ecológicos o los de comercio justo sean más asequibles que el resto. Por ejemplo, fomentando los proyectos cooperativos, que no pasen por eliminar a la competencia. Por ejemplo, ayudando a las empresas con menor diferencia salarial entre el jefe y el último empleado, o a aquellas que hagan copartícipes de sus decisiones a un mayor número de trabajadores. Por ejemplo, haciendo que nuestros ayuntamientos tengan en cuenta en sus concursos públicos requisitos como los enunciados, de forma que quienes no los cumplan se vean incentivados a mejorar sus prácticas.

Podría poner más ejemplos de este tipo de parámetros, así como de la metodología que Felber y su equipo han ideado en los últimos años (y aún hoy siguen perfeccionando) para medir su cumplimiento. También son ya varias las empresas e instituciones que están empezando a regirse por estos parámetros. No se trata pues de ninguna ocurrencia.

Hay quienes dicen que no hay alternativas, pero hay experiencias que permiten combatir el fatalismo de quienes defienden esa tesis. Hay alternativas y son reales. También hay quienes dicen que el planteamiento del “bien común” es utópico. En esto estoy más de acuerdo, probablemente lo sea. Pero, como ya aclaró el poeta, “la utopía sirve para caminar”. Pues eso.

(Publicado en El Correo - Álava, 27.06.13)

lunes, 1 de julio de 2013

PEQUEÑO GRAN LIBRO (En la despedida de Gesto por la Paz)

Vicente Carrión Arregui, profesor de Filosofía



Áspero, rígido, descolorido….no sé si el libro de Ana Rosa Gómez Moral, “Un gesto que hizo sonar el silencio”, habría llegado a mis manos de no habérmelo encontrado en el buzón junto a “Enhorabuena”, el testimonio gráfico editado por Gesto por la Paz al final de su andadura. Estamos tan aburridos del tema, hemos dedicado tanto tiempo a explicarnos lo inexplicable que no apetece seguir hurgando en la herida. Ya saben, el silencio atroz de la gente buena que dijera Gandhi.


Aún así, agradecido por la deferencia del envío, empecé a leerlo sin mayores entusiasmos pero pronto no pude hacer otra cosa. Huyendo del tono grandilocuente de los panegíricos al uso, Ana Rosa nos trasmite sus vivencias juveniles ante la represión franquista, la desmantelación industrial y las celebraciones de la muerte de Carrero hilándolas con las reflexiones universitarias, políticas, éticas y literarias que le acercaron a ese puñado de jóvenes que conformó Gesto por la Paz allá por el 85. En la exquisita compañía de Camus, Zweig, Benjamin o Zambrano, entre tantos otros autores cuyas atinadas citas enlazan sus reflexiones íntimas con nuestra delirante historia reciente, Ana Rosa nos hace partícipes de ese “pudor por lo que dirían los demás” que hubo de vencer para exteriorizar con quince minutos de silencio esa protesta cívica del día siguiente a cada atentado con la que Gesto fertilizó nuestras conciencias.

Luego el relato adquiere tintes de novela negra. No ya por lo perverso de la trama sino por la intensidad con que vivimos el acoso de las contramanifestaciones, el contacto personal con la vivencia de las víctimas, el lazo azul, la liberación de Ortega Lara, el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la ovación por el “Príncipe de Asturias”, la dividida manifestación en memoria de Buesa, en fin, la historia más reciente de nuestro desdichado país narrada desde la “convivencia productiva” de quienes día a día imaginaban formas inverosímiles de protesta para llamar la atención sobre ese secuestro, ese crimen, esa persecución, esa tortura, esa brutalidad que a todos nos amenazaba con deshumanizarnos si no buscábamos un resquicio para la esperanza.  Y de entre tantos momentos emotivos que Ana Rosa reseña, una mención especial para las palomas mensajeras que presagiaron la liberación de Aldaia desde la cima de Urkiola.

Pero además del calor narrativo de su relato – y ya no me refiero solo a sus citas-, Ana Rosa nos plantea una reflexión muy sugestiva y polémica respecto a la reacción popular ante el crimen de Miguel Ángel Blanco y sus consecuencias. Lejos de mostrar entusiasmo por la indignación colectiva que suscitó, se atreve a comparar los rostros crispados de quienes protestaban ante las sedes de Herri Batasuna con el de los contramanifestantes abertzales que habían soportado en sus concentraciones por la libertad de Iglesias, Aldaia y Ortega Lara. “Las caras desencajadas se parecen en la instantánea muda”, dice en la página 125, y ahí arranca según ella el “largo desolato” del temido enfrentamiento civil azuzado por el pacto de Lizarra, de un lado, y de quienes amenazaban con dar al traste con los esfuerzos de Gesto por mantener la lucha ética contra la violencia al margen de las ideologías políticas.

Es en este tramo del libro donde creo que Ana Rosa pierde un poco su tono discreto y vivencial, cuando arremete contra “esos foros y grupos generalmente liderados por intelectuales que vinieron a recoger el fruto para llevarlo a sus derroteros” (Pag. 126); hermeneutas de nuestra sociedad (…) que empezaron a considerar que Gesto por la Paz debía ser superado por otros movimientos sociales como Basta Ya, Foro Ermua o Poro por la Libertad (…) el único mérito que reconocían a Gesto era el de haber sido el primero, nada más” (pag.156). Entiendo el malestar de Ana Rosa por tanta incomprensión y tantos ataques como ha padecido Gesto, ya por quienes les tildaban de “viejas que salían de misa” y de “tontos útiles” o les acusaban de tibieza moral por protestar ante las muertes de los propios etarras o denunciar las torturas. Como ella misma cita al final del libro, “el bien regresa, tranquilamente, sin prisa…” (Zagajewski)  (a mi entender: la historia y la vida nos pone a cada uno en su lugar) , por lo que no hay razón para que nadie patrimonialice los frutos de la larga, dura y sórdida lucha contra el terrorismo, que ni empezó en 1985 ni ha terminado con la tan meritoria disolución de Gesto en 2013. En cualquier caso, es un deleite leer a Ana Rosa Gómez y sería muy deseable que este pequeño gran libro encontrara una difusión más amplia para ocupar el lugar que merece en nuestra historia reciente y en nuestras conciencias.